«Un camino hacia la misericordia»

Me llamo María, soy estudiante de 6º de Medicina y soy granadina, aunque estoy estudiando en Pamplona. Me piden que escriba mi experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud que ha tenido lugar en Cracovia el pasado mes de julio. ¡A ver si soy capaz de transmitir un poco de lo que hemos vivido allí a quienes no conocen lo que es una JMJ o a los que no han podido ir!

Yo estuve en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid en el año 2011, fui de voluntaria con un grupo de Pamplona. Por eso, desde que se anunció la JMJ en Cracovia, tuve claro que quería repetir, esta vez como peregrina. A pesar de esta determinación, me encontré en Mayo (¡solo dos meses antes!) sin tener un plan para ir. Al final, un día en la parroquia de Santa Vicenta se anunció que había un plan organizado desde la diócesis, y sin pensarlo mucho me apunté con mis dos hermanas y dos amigos de clase.

Así, el día 22 de julio nos unimos el “grupo de los 5 andaluces” a los 6 autobuses llenos de navarros que salían a recorrer Europa antes de llegar a Cracovia. Hemos tenido la suerte de visitar algunas ciudades europeas como Múnich, Salzburgo, Viena y Venecia. En esos días, además de probar la cerveza alemana, fotografiar cada góndola y quedarnos impresionados con los palacios austríacos, empezamos-casi sin darnos cuenta- a prepararnos para los días con el Papa: gracias a las horas de autobús y a la convivencia estrecha (¡24 horas diarias!) con gente que hasta entonces no conocíamos; hemos aprendido a no quejarnos por las incomodidades, a pensar en lo que necesita la persona de al lado, a darnos cuenta de todas las facilidades que tenemos… Así que salimos de Pamplona con 50 desconocidos, y llegamos a Cracovia con 50 amigos.

Lo primero que hicimos al llegar a Polonia fue visitar el campo de concentración de Auschwitz, que estuvo disponible para la visita de los peregrinos durante los días de la JMJ. Esta primera experiencia tan impresionante hizo que desde el primer momento, empezásemos a formularnos preguntas y buscásemos respuestas a las mismas. Cracovia es una ciudad en la que se percibe aún hoy el sufrimiento de todo lo vivido a lo largo del siglo XX. Pudimos notarlo por sus calles, hasta que llegamos al centro de la ciudad, donde todo fue una explosión de alegría con tantos peregrinos de todas partes del mundo.

La ceremonia de acogida del Papa en el parque Blonia, fue para mí uno de los eventos más emocionantes. A nuestro alrededor se veían muchas caras sonrientes, cada cual más distinta, pero se palpaba la alegría de dos millones de jóvenes que comparten la fe. El Papa nos preguntó si estábamos dispuestos a cambiar las cosas, si estábamos dispuestos a soñar y recibió como respuesta un SIIIII muy fuerte, que aún así nos animó a repetir. Contuvimos la emoción cuando el Papa quiso agradecer a Juan Pablo II, en su tierra, el haber promovido estos encuentros. Este año, el lema que propuso el Papa Francisco era “bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán la misericordia” y éste fue el hilo conductor que llevó el Via Crucis, que rezamos al día siguiente en el mismo parque. A lo largo de las 14 estaciones, fuimos reflexionando sobre cada obra de misericordia.

El culmen de estos días tuvo lugar en el Campus Misericordiae, donde tuvo lugar la vigilia y la Misa del domingo. Durante el camino, a pesar del calor y el hambre, fuimos conociendo a jóvenes de distintos países, y a familias polacas, que nos salían al paso como auténticos samaritanos para ofrecernos agua y comida. Aprovecho y hago un inciso: esos días en Cracovia fuimos acogidos por familias polacas. Solo tengo palabras de agradecimiento para la familia que nos acogió a mis hermanas, a mi amiga Marta y a mí. Fue impresionante cómo se volcaron para darnos todo lo que necesitábamos, cómo nos trataron como hijas. Cuando nos despedimos, lloramos todos y nos intercambiamos las direcciones para mantener el contacto. Entre cantos y cansancio llegamos a nuestro sector, donde esperamos a la llegada del Papa. Esa tarde tuvimos la oportunidad de oír testimonios impresionantes, de conocer la situación de los cristianos perseguidos. Son historias que nos ayudan a replantearnos cómo vivir nuestra fe en nuestro día a día, en la sociedad “cómoda” en la que vivimos. En esta línea, el Santo Padre nos animó a no ser “jóvenes-sofá”, a ser valientes, a derribar muros y construir puentes. Nos recordó que Jesús nos llama a cada uno para que dejemos huella. Después de las palabras del Papa, tuvo lugar la adoración eucarística, donde reinó un silencio impresionante (más aún teniendo en cuenta que había dos millones de jóvenes). Más de uno acabó llorando a moco tendido.

Tras pasar la noche a la intemperie, nos despertó un “GOOD MORNING PILGRIMS!” a las 06:30 am. Curiosamente no hubo quejas ni remoloneos, si no que poco a poco se fue levantando el campamento para prepararnos para la Misa. Al acabar, se anunció que la siguiente JMJ tendría lugar en Panamá, a la que espero poder ir, eso sí, con todos mis amigos del autobús 5.

Emprendimos el viaje de vuelta reventados, pero felices. Estos días se pueden resumir como un camino hacia la misericordia. Ahora que estamos de vuelta en nuestras casas y a punto de empezar el curso, intentamos que todo lo que hemos vivido no caiga en saco roto, sino que continuemos con el “espíritu JMJ” como diría mi amigo cordobés, en nuestro día a día.