José Ángel Zubiaur: «Quise ser el señor de mi vida pero Dios puso su dedo en mi corazón»

José Ángel Zubiaur es de Pamplona. Un chico normal, nacido en una familia católica. De adolescente se alejó de la Iglesia. Intentó llenar el hueco de Dios con el amor que le ofrecía el mundo pero, al final, siempre le perseguía la misma pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cómo voy a ser yo sacerdote? El 30 de junio de 2019, por fin, fue ordenado sacerdote en la diócesis de Pamplona-Tudela.

Tras una adolescencia lejos de Dios se encontró con una persona que le acercó a la Iglesia. Era justo antes de la visita de San Juan Pablo II a Madrid en el 2003. Estas palabras del Papa se clavaron en su corazón.

Pero las aparcó y las dejó atrás, para seguir con su vida normal.

Tuvo una crisis con la iglesia en la que él decidió ser el dueño de su vida. Pero Dios puso su dedo en su corazón dejando su huella. José Ángel intentó llenar el hueco de Dios con las cosas que ofrece la sociedad: salir de fiesta, amigos, diversión, deporte… pero ese hueco del alma, el mundo no lo llena.

Terminó el colegio y empezó Derecho. Empezó una relación firme con una chica. Y fue precisamente el vivir un noviazgo en serio, el que le volvió a poner cara a cara frente al tema de su vocación. En aquel momento lo que creía era que Dios le llamaba al matrimonio.

Dios va poniendo semillas en nuestro camino para acercarnos a Él

La semilla del sufrimiento, para hacernos caer en la cuenta de lo mucho que nos ama y de que no estamos solos

Sufrió una depresión por ansiedad que le hizo replantearse su vida. «¿Por qué Dios permite esto? ¿Por qué tengo que sufrir?«.

Al ver a familiares y amigos con hijos con minusvalías le hizo preguntarse por qué ellos teniendo tantas carencias, dependiendo de otros para vivir, tenían esa sonrisa y esa alegría, y él no.

El aprender a amar a los enfermos

La experiencia de cuidar de su abuelo y otras personas mayores cercanas le descubrió que salir de uno mismo es algo fundamental para ser feliz.

Las crisis

Cuando todo se desmonta en la vida, solo queda agarrarse al amor de Dios. Es más patente darse cuenta que solo Él puede llenar por completo el corazón del ser humano. Y su visión de la religión empezó a cambiar. Pasó del cumplimiento vacío y hueco, al llenarlo de sentido, a darle valor a esas prácticas de piedad.

La vocación: escuchar la llamada del Señor y darle una respuesta

La oración

Un día de madrugada rezando en la capilla de la adoración perpetua se le ocurrió preguntarle al Señor qué quería de él. Y se le vino a la cabeza una frase que un sacerdote en ese momento de bache en su adolescencia le dijo: «¿no has pensado en ser sacerdote?«. Y a partir de ahí le entró pánico solo el hecho de plantearse esa posibilidad. Y esta inquietud comenzó a estar presente en su interior de manera continua.

Los miedos y las barreras

Y cuando decides dar respuesta a esa pregunta surgen los miedos. Miedo a no ser capaz. «¿Cómo me va a llamar a mí Dios a ser sacerdote si soy un gran pecador?. Hay millones de personas mucho mejores que yo. ¿Cómo me va a llamar a mí si al final le he dejado mil veces? ¿Por qué quiere Dios que yo le sirva?». 

«¿Cómo voy a ser yo sacerdote?«. Jose Ángel sigue adelante con su noviazgo. Pero se da cuenta de que está sin estar. Pero Dios sigue esperando.

«¿Pero si yo quiero ser padre, cómo voy a ser sacerdote?«. Y un día rezando llegó la respuesta de Señor: «Siendo sacerdote podrás ser padre de muchos«.

Las seguridades: «¿Si yo dejo todo eso -novia, padres, amigos, etc.- a quién me voy a sujetar?«. «Al final Dios te pide que saltes a la piscina y que saltes sin manguitos, que Él te va a coger. Pero si no te fías es imposible que saltes«.

Todas las trabas que le ponemos, Él las va deshaciendo con paciencia

Los nudos grandes que le iba poniendo a Dios para que aquella idea no saliera adelante, el Señor los iba desatando con mucha sencillez y delicadeza.

José Ángel en su último año de carrera, habiendo suspendido unas cuantas, muy cansado, con muchas dudas sobre su futuro, cayó por casualidad en el monasterio de Leyre. Y ahí fue donde el Señor tumbó ya todas las barreras. «Aquel día, me acuerdo del día y la hora, el Señor toca tu corazón y tienes la certeza de que eres para Él«.

Comenzó un periodo de prueba en el que fueron surgiendo nuevos miedos, nuevas barreras, nuevas inseguridades, que Dios siguió derrumbando con infinita paciencia. Poco a poco comenzó a recorrer ese camino, primero sirviendo a los enfermos en el Hospital de Navarra y cuidando a sacerdotes mayores en la residencia del Buen Pastor. Después pasó por la parroquia de Ermitagaña; y da ahí fue destinado a Elizondo, donde terminó los años de seminario de pastoral; y una vez ya ordenado diácono, fue destinado al servicio de la parroquia de Santiago.