El plan de Dios y mis excusas

Woody Allen en uno de sus libros escribió: «Si quieres hacerle reír a Dios, cuéntale tus planes”. Creo que Dios se ha divertido mucho a la hora de enterarse de mis planes para este verano. Cracovia no figuraba en mi lista de destinos. Hoy no me imagino que pudiera faltar allí. Muchas veces se nos olvida que los planes divinos están mucho más por encima de nuestros. Yo le decía: «No, esto no es lo que ahora necesito» y Él cada día, por unas situaciones y personas concretas me intentaba decir: «Esto es  justamente lo que necesitas.» Y así «discutimos» hasta el último momento. Yo buscando unas excusas nuevas y Él unos caminos nuevos para poder llegar a mi corazón. Y lo consiguió. Nos encontramos. Lo que vais a leer ahora no es un relato de la JMJ. Es un relato del encuentro con otro hombre, un relato del encuentro con nosotros mismos pero sobre todo es un relato del encuentro con Dios mismo, presente en otro hombre.

Muchas veces nos gusta huir de los compromisos. Sin ellos todo parece más fácil, más seguro. ¿Para qué complicarnos la vida? Preferimos quedarnos en nuestra «zona de confort». No queremos decepcionar a nadie, ni a nosotros mismos. La verdad es que cuando me llamó una amiga y me invitó a la reunión relacionada con la organización de los Días en Diócesis en nuestra parroquia, en el principio no me he animado mucho. Era octubre 2015. Faltaban 9 meses para la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia. No quería comprometerme. No quería hacerles unas declaraciones porque no sabía donde iba a estar y que iba a hacer dentro de estos 9 meses. Pero Él ya lo sabía todo. Por eso me «dio un empujón» para que fuera a esa reunión. Luego ya todo transcurrió según Su gran plan. Cada mes todos los voluntarios parroquiales nos reuníamos  y rezábamos  juntos por la JMJ. Yo seguía con mis dudas y excusas. El poco a poco se los llevaba lejos de mi, en cada nuestra reunión. El momento significativo que cambió mi rumbo y me dio un giro de 180 grados fue la semana de los Días en Diócesis en nuestra parroquia (20.07-25.07). Hasta hoy en día es imposible para mí explicar lo que exactamente pasó durante estos días. Ese tiempo me hizo consciente de lo que nos habló unos días después en Cracovia el Papa Francisco: «Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia» Sin ninguna duda, durante los Días en Diócesis me hundí en el mar de la alegría y del amor de Dios. Valió la pena dejar el sofá, valió la pena arriesgar. El mío «No, esto no es lo que ahora necesito” se convirtió en «esto es EXACTAMENTE lo que necesito”. Quería seguir caminando en mis zapatos por el mismo camino. Aunque mi corazón ya se soltaba para tomar el rumbo hacia Cracovia, la razón me recordaba que la organización de un viaje así en el último momento no iba a ser tan fácil. «He tomado la decisión demasiado tarde”, pensé. «Nuestros” españoles querían llevarme a Cracovia ya el día 25 de julio. Les sobraban algunas plazas en los autobuses. Les decía: «No puedo. Pero haré todo lo posible para llegar por lo menos a los acontecimientos principales.” A pesar de eso, en el fondo de mi alma pensaba: «Es imposible». A veces somos unos hombres de tan poca fe. Ya tantas veces Dios nos ha mostrado que para Él no hay nada imposible. Pero no, pasa un tiempo y otra vez nos falta fe. Somos como el incrédulo Tomás: hasta que no lo vea, no lo toque – no me lo creeré. Dios organizó mi viaje en 2 días. Para Él nunca es tarde. Poco a poco todo empezó a solucionarse. Una de las familias que acogía a dos chicos españoles en su casa me propuso que si quería me podían llevar en coche a Cracovia. Les sobraba una plaza. Luego uno de los responsables de «nuestro» grupo de España me avisó que había el alojamiento para nosotros en el mismo pueblo donde estaban ellos. Me dijo que no me preocupaba por los identificadores, entradas o ticket’s de comida. Lo tenían todo para nosotros. En el trabajo sin problema me dieron dos días de vacaciones. Mi madre con mucha tranquilidad recibió la noticia de que al final no me uniera a ella en la costa polaca. No era una casualidad de que todos estos pedazos de puzles se hayan ordenado, así, de un dia al otro. No creo en las casualidades. Prefiero llamarlo la Divina Providencia, una prueba tangible de su gran amor que tiene por mi.  Él de verdad quería que corriera en estos zapatos hasta Cracovia.

El jueves (28.07) por la noche llegamos a Gierczyce – un pueblo pequeño y tranquilo situado cerca de Bochnia, a 40km del centro de Cracovia. En esta zona estaban alojados sobre todo los grupos de Espana. Pensé entonces que si para nuestra ciudad el acogimiento de tantas personas había sido un reto y una experiencia tan fuerte, para este pueblo tan pequeño era lo mismo pero multiplicado por 100. En la JMJ en Madrid (agosto 2011) participé como la voluntaria. Falté el tiempo de los Días en Diócesis y dormí en unas grandes salas IFEMA junto con los cientos de otros voluntarios. Ahora puedo admitir que perdí lo mejor. Estar acogido por una familia es completamente otro cuento. En Gierczyce nos (a mi y a dos amigas mas) acogió una señora muy amable que se llamaba Jadwiga. Nos acogió de una manera más bonita posible. Creo que si hubiera podido nos hubiera traído su corazón en la bandeja. La señora Jadwiga ya hace tiempo dejó su cómoda sofá y puso sus zapatos de montañas. Y ni se le ocurre volver a sentarse. No ha tenido y no tiene una vida fácil. Sigue enfrentándose con varias dificultades igual que cada uno de nosotros. Pero ella a pesar de todo eso era capaz de sonreír sin parar. Brillaba con Su luz. Era Su reflejo. Reflejo de su bondad y de su amor. A veces pienso que en la vida no hay nada peor que la soledad. La falta de alguien con el quien podríamos compartir nuestras alegrías y nuestras tristezas. Me hizo feliz el hecho de que durante estos tres días podíamos haber sido unas personas así para la señora Jadwiga. Ella lo necesitaba mucho. Sentí que estaba allí con una misión, que Dios me ha enviado allí por algo. Cada día podia observar cuanta bondad, alegría y amor aportaban los peregrinos a la vida de la gente local y vice versa. Se necesita tan poco. No tenemos que hacer cosas grandes para hacer feliz a alguien. No tenemos que hacer cosas grandes para hacer este mundo mejor. Basta una palabra, un gesto, una sonrisa, una mirada. Basta nuestra presencia.

Fueron tres días muy intensos en Cracovia (y en Gierczyce), llenas de encuentros, conversaciones, oración y meditación personal. La noche del sábado al domingo ha sido una especie de la culminación de todas estas experiencias. El Campo Misericordiae se llenó de la gente joven de 177 países del mundo. Cada uno de nosotros vino allí con la mochila llena de sus preguntas, dudas, alegrías y preocupaciones. Todos estábamos buscando. Nadie llegó hasta allí por casualidad. Esta noche el papa Francisco ha dirigido a nosotros unas palabras muy importantes que debemos recordarnos cada mañana después de abrir los ojos: No vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. No somos libres para dejar una huella, perdemos la libertad. El Papa hablando de la «huella” no se refería a una huella que es nuestra casa grande, coche nuevo o 5 títulos conseguidos en unas Universidades prestigiosas. Aquí se trata de algo mucho más valioso y bonito, de algo eterno. Aquí se trata de nuestro corazón misericordioso, abierto para los demás; aquí se trata de sembrar alrededor la bondad y el amor, de llevar a Dios a los que aun no le conocen. Se trata de dar nuestro testimonio de fe al mundo entero y de mostrar a los demás que Dios está aquí , que vive en nosotros, que nunca dejará de luchar por nuestra felicidad y por nuestro bien. Luego Papa Francisco añadió: Cuando el corazón abierto es capaz de soñar hay lugar para la misericordia, hay lugar para acariciar a los que sufren, hay lugar para ayudar a quienes no tienen paz en el corazón o les falta lo necesario para vivir, o les falta lo más bello, la fe. (…) Felices aquellos que saben perdonar, que saben tener un corazón compasivo, que saben dar lo mejor de sí a los demás, lo mejor, no lo que sobra. Y esa es la huella que cada uno de nosotros (no importa si tienes 10, 20 o 70 años) debería dejar en su camino cada día. Vale la pena recordar que el sofá abollada bajo el nuestro peso acabará al final en la basura, innecesario, olvidado. El corazón humano tocado por nosotros nunca nos olvidará todo aquello que hicimos por él. Sin duda, mi corazón nunca se olvidará de todos aquellos que encontré en mi camino durante estas dos semanas de peregrinación hacia Cracovia. He ganado unas amistades nuevas que lo se que durarán para siempre porque han sido construidas sobre uno de los fundamentos más fuertes.  Cada conversación, cada encuentro me hizo consciente de algo que en el fondo ya sabía pero no era capaz de verlo antes. El trabajo de traductora me permitió creer más en mi misma y sobrepasar mis límites personales. Otra vez Él me ha demostrado que todo lo puedo en Aquel que me fortalece.

Hoy y cada día doy gracias al Señor por ese tiempo tan bonito y por todas las personas que Él puso en mi camino. Doy gracias a mis padres por la semilla de la fe que han sembrado en mi corazón y que ahora gracias a ellos puedo compartir con vosotros este testimonio. Especialmente doy gracias a “nuestros” españoles que han sido para nuestra parroquia un gran regalo; un soplo fresco del amor y alegría que nos despertó y animó nuestra fe. También doy gracias a todas las personas de nuestra parroquia que han hecho posible acoger casi a cien peregrinos de España y experimentar junto con ellos la Misericordia infinita que Dios tiene para cada uno de nosotros. GRACIAS.

 

Marta Sterna – voluntaria y participante de la Jornada de la Juventud en Cracovia.